Con los libros pasa igual que con las personas. Unos son vanos, superficiales, se leen rápido y
no dejan tras de sí más que un leve rastro de su nombre. Otros prometen un
mundo de posibilidades y dejan luego al lector con una sensación de vacío y
frustración. Unos pocos, en cambio, esconden
más de lo que muestran y al irse desvelando sorprenden como el compañero que
regresa, inesperado. Y, sólo de vez en cuando, alguno te retuerce las entrañas al
hacerse un hueco en ellas para acompañarte durante el resto de tu viaje. Te muestra
sus adentros y al hacerlo te señala de por vida, y tú, víctima complaciente,
decides llamarle amigo.
Siempre dejo un
espacio al final de un libro para reposarlo, meditarlo y saborearlo para
escribir sobre él o para empezar a leer otro. Pero hay despedidas que duelen
tanto que necesitan más tiempo. Recuerdos que no pueden rozarse siquiera sin
abrir llagas. Sé que, pasada una espera prudencial, podré acercarme de nuevo
con la estudiada cautela de un gato y poner en su sitio las piezas. He
necesitado tres días para salir de la historia que cierra The Amber Spyglass. Y
de repente, reseñarlo se me antoja una especie de Principio de Heisenberg
Literario. Si lo pongo en palabras, pierdo su sentido.
Diría que Pullman
ha estado más que a la altura. En un libro distinto de los anteriores, se
atreve a bajar a los infiernos y salir vencedor del periplo. Se atreve a convertir
a sus personajes en inocentes reflejos de Nietzche, se embarca en la metáfora
del grano de mostaza y disimula luego como si jugara a escribir literatura
juvenil. Y el lector, como una veleta en medio de un tornado, sólo puede seguir
maravillado sus requiebros y rogar por favor que todo sea para bien.
Ahora que el
apocalipsis está tan de moda (aunque si me preguntaran a mí diría que lleva de
moda más de mil años) y por aquello de que el mejor truco del diablo es
convencernos de que no existe, la prestidigitación de His Dark Materials, esta
trilogía que acaba por prender fuego al reguero de pólvora que va dejando desde
el primer libro, es tentar al lector con el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal…
Y al final, ya lo cuenta la historia, el lector se da cuenta de que ha estado
desnudo todo el tiempo.
Próximamente en
este blog: Stranger in a strange land, de Robert A. Heinlein
Pasen y lean…
1 comentario:
Ni concentrándome y recluyéndome en la cueva para meditar durante tiempo y tiempo, habría logrado hacer un comentario a la altura de esta soberbia crítica.
Absolutamente de acuerdo en todo.
¡Y ahora sí que no puedo esperar a releerlo!
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