lunes, 7 de mayo de 2012

El prisionero del cielo

Mi primer best-seller fue Caperucita Roja y supongo que en aquellas noches en que se lo escuchaba leer a mi madre con inflexible atención (ya entonces recibía cualquier modificación del texto con feroz intolerancia) me contagió su amor por los libros, don epigenético por el que nunca podré darle las gracias como merece. Desde entonces hasta ahora, he ido desarrollando una cierta aversión por los libros mediáticos, en general porque son el resultado de tendencias de mercado que no suelen dictar los lectores, o porque llegan anunciándose con  cifras y eso no es manera de presentar un libro o, quién sabe, quizá porque después de aquello del "abuelita, qué ojos más grandes tienes", todos me han resultado decepcionantes...
El caso es que, aún así, me dejo convencer de vez en cuando si me lo recomienda un lector que conozco. Andaba yo cestita a cuestas y por el medio del bosque, cuando de nuevo mi madre volvió a contarme un cuento, y así es como di con La sombra del viento, el primer volumen de la serie El cementerio de los libros olvidados. Lo empecé a leer como con reparo y, mira tú por dónde, me pilló el lobo, porque el caso es que me gustó. Tiempo después siguió El juego del ángel, con una chispa de fantasía oscura que desagradó a muchos y a mí me pareció el condimento ideal y por fin El prisionero del cielo, o no debería decir por fin, porque no tengo muy claro que acabe aquí la historia. 

La prosa de Ruiz Zafón me evoca siempre la imagen de un cuchillo caliente cortando mantequilla, leerla es un poco como caer rodando cuesta abajo. Empiezas despacio, indolente, pero las palabras te atrapan, te arrastran, te empujan, más deprisa, más deprisa!! hasta que chocas contra el linde del capítulo y normalmente haciéndote daño. Pero no sólo de estilo vive el lector, y el autor, que lo sabe, ofrece una historia retorcida y laberíntica que culebrea de un lado a otro de esta -hasta el momento- trilogía. Los personajes aparecen y desaparecen y el foco que apunta hacia unos deja a otros en la sombra, aguardando entre bambalinas su llamada a escena. Sin dejar un respiro, la acción y la contemplación se suceden en una Barcelona familiar y plomiza.

Pero como siempre en la vida, y en los cuentos, se puede morir de éxito y acabar en el fondo de un pozo con la barriga llena de piedras. Y es que El prisionero del cielo descarrila un tanto siguiendo su propia estela. Para empezar el título, que es pegadizo y lírico a un tiempo, de acuerdo, pero que intenta justificarse sin éxito saliendo de una chistera de la que no debería haber salido más que un conejo de carnes prietas y magras. Para continuar el escenario, que lleva las referencias a una Barcelona conocida hasta el abuso, como con un aire de dedicatoria con nombres y apellidos que diluyen el encanto del hogar perdido que destilan los libros anteriores. Para postres, el discurso de alguno de los personajes,  que de castizo y chispeante se torna de un axiomático ingenioso que carga... y no las tintas.

Aún así las cosas, la historia es buena y se engarza a las anteriores en sintonía perfecta, o las anteriores a ella, aún mejor. Confío sin embargo en que si nos aguarda todavía otro capítulo, Ruiz Zafón vuelva a sus orígenes y pierda un poco de vista lo que le hizo convertirse en un fenómeno de masas, porque no lo necesita. Vamos, que el leñador le haga una visita antes de que su propio best-seller se lo zampe.  

Próximamente en este blog: Blue and Gold, de K.J. Parker

Pasen y lean...

1 comentario:

Delfina dijo...

No te leía Caperucita Roja, te la recitaba.
Si después de dos años no me la hubiese aprendido de memoria, mal iríamos.
Creo que la afición por la lectura no es cosa baladí, ni afán por demostrar lo inteligente que es uno.Ya sabes el dicho, dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
El leer es salirte de tu mundo, de tu vida, de tí misma a veces y entrar en sitios nuevos, maravillosos, extraños, a los que no te sería posible acceder de otra forma.
Es sentirte otra persona, es amar con el que ama,es huir con el que huye, esperar con el que espera y siempre, siempre, aprender algo nuevo.
Sigue leyendo hija y si tuve algo que ver en esta afición tuya, estoy contenta.
Seguro que es lo mejor que te he dejado.