Dicen los que me conocen que soy de risa fácil, que tengo la curiosa habilidad de encontrar desternillante la situación más absurda. Sin embargo, o tal vez por eso, la comedia no es lo mío. Lo que se supone provoca hilaridad en el común de la especie, me suele dejar con cara de cefalópodo-en-residencia-para-coches. Pero, de repente, un puercoespín rosa cruza una pantalla gritando despavorido y casi acabo en urgencias de tanto reírme (-toma referencia para connoisseurs!-). De ahí probablemente que sean sólo cuatro las veces en las que me he reído a carcajadas con un libro. Tiene más mérito si añado que este librero, ocupante habitual de los transportes públicos, ha estado a punto en esas cuatro ocasiones de ser entregado a los pretorianos por los viajeros adyacentes, horrorizados ante semejante despliegue de emociones. Sí señores, con los libros también se ríe uno (les habría dicho yo si les hubiera visto a través de las lágrimas...).
Sin orden cronólogico ni concierto alguno de géneros, vaya aquí un homenaje a esas cuatro perlas. Empecemos por un clásico de la ciencia ficción, La guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams, donde uno aprende que lo indispensable para emprender viajes interestelares es llevar una toalla y que el sentido del universo es 42. Ni me he molestado en ver la película, imposible compararse. Sigamos con una novela histórica, de las históricas de verdad quiero decir, La sombra del águila de Arturo Pérez Reverte, donde los franceses son gabachos, Napoleón un enano cabezón y los españoles hacen las cosas como siempre, por casualidad. Por supuesto la fantasía tiene también aquí su lugar de la mano del maestro Tim Powers y su novela On Stranger Tides -sí, la historia destrozada por la siempre más infame saga Piratas del Caribe, también conocida como "hola, soy Jack Sparrow, ¿para qué queréis más?"-, que merece mención especial por el hecho de que consiguió hacerme estallar de risa sin previo aviso y en medio de una escena dramática -que me perdonen el señor al que se le volcó encima la Coca Cola, la señora que casi se saca un ojo con el eyeliner y todos los damnificados del vagón a los que se les cayeron sus iphones, ipads, e-readers y televisores de plasma-. Por último, y por razones obvias, gracias al señor Eduardo Mendoza por habernos dejado Sin noticias de Gurb. Sí, un extraterrestre disfrazado de conde-duque de Olivares para pasar desapercibido, obsesionado con comer churros y que sube a pedirle a la vecina un poquito de sal... y un quilo de langostinos para el arroz del domingo, me hace gracia. Que me denuncien.
Así que cuando llegó este año el ya mencionado 23 de abril y elegía el libro que regalaría me dirigí, contranatura, al estante de los que se iban a vender más -¿habrá aberración peor que saberlo de antemano?¿cómo si un libro fuera ese cansino osito que empezó como joya y ahora sale hasta en la sopa?-. Y así cayó en mis manos El enredo de la bolsa y la vida que confiaba fuera como regalar risa envasada a alguien a quien le iban a ir bien unas risas. Cuando el libro ha regresado, aunque haya sido de paso, a esta tienda, la decepción ha sido notable. No digo yo que no se ría uno, sí, la trama es tan delirante que o te ríes o lo dejas. Los personajes son tan caricaturescos que uno ni se escandaliza, cosas de la sátira claro. La crítica social, que la tiene, es oportuna, sobre todo con la que está cayendo. Y no voy a pedirle cuentas porque como novela negra sea más bien flojilla, porque no se trataba de eso, imagino. Pero la sensación general que me queda es como cuando ves, escuchas o lees algo que se supone que te tiene que hacer gracia y tú, voluntarioso, estás ya poniendo a funcionar la musculatura carrillera, levantando las cejas y diciéndote "ahora, ahora viene la carcajada", y va, y no viene. Y como has empezado con ganas repites el gesto hasta la agujeta facial pero nada, no hay manera. El insomnio de la risa te ha atrapado y la cosa parece que no avanza, das vueltas y más vueltas por la historia, paras, te levantas, vuelves, y los ojos como platos. Pero no de reirte. Aunque desde luego, su mérito tiene el hacer broma con esto tan traído y llevado de la crisis o poner de secundaria a Angela Merkel y conseguir que hasta caiga bien la mujer. Lo malo del asunto es que la historia tiene mucho de sátira pero muy poco de novela y si su punto fuerte es, supuestamente, el desternille general, pero no pasa de la sonrisa semicómplice, el barco hace aguas por todas partes.
Será que levantar el ánimo no es cosa fácil en los tiempos que corren. O será que los políticos nos proveen a diario con un humor satírico -y cínico- de tal empaque, que los pobres escritores ya no pueden competir. Me río yo...
Próximamente en este blog: El Alquimista, de Paulo Coelho
Pasen y lean...