martes, 14 de febrero de 2012

El puente de los asesinos

Conocí al capitán Alatriste allá por 1996 y desde entonces no he dejado de leer sus aventuras, o mejor, sus desventuras, por aquel Imperio tan ducho en convertir el oro en oropel y hacer bueno aquello que ya decían del Cid, "ah, qué buen vasallo..."
Lo cierto es que confieso que me cuento entre las filas de los que siguen admirados las estocadas de la afilada pluma del señor Pérez Reverte allá donde tiene a bien darlas. Incluido ese lado más sanguinario y destripabuches que destila en su Patente de Corso del XL Semanal. Y aunque sus detractores sumen ya tanto como sus fieles, qué le voy a hacer si siempre me arranca un "¡qué bien escribes bellaco!".
A menudo en las tramas resultonas, los personajes arquetípicos y las ficciones al uso que uno encuentra por ahí, se olvida el lector de la importancia del estilo, vaya, de lo vital que resulta poner una palabra detrás de la otra en su sitio justo y necesario. Pero con este autor, gusten más o menos sus libros, ese castellano contundente que a ratos casi se mastica sirve a veces de alimento en sí mismo.
Desde la primera novela en que apareció don Diego Alatriste y Tenorio, el espectador avisado sabía del devenir que le esperaba, capítulo por capítulo. En 2006 sin embargo, quizá al hilo de la película de Díaz Yanes, apareció "como del rayo" Corsarios de Levante. Me atrevo a decir que no fue un buen año para los ávidos fans de la saga. 
Paradójicamente lo mejor del film fue lo que a priori era más difícil de conseguir, un Alatriste creíble, y vive Dios que Viggo Mortensen conseguía que se le olvidara a uno hasta el acento. Por lo demás, el resultado defraudaba, como por otra parte, suele ser de ley. Recuerdo haber escuchado a Pérez Reverte en Santander, en una conferencia, explicar que cuando le preguntaban si no le molestaba que se hicieran malas películas con su obra, él decía que así la gente apreciaba más sus libros (para comprobar cuánta razón tenía, baste comparar La Novena Puerta, que no salva ni Johnny Depp, con El Club Dumas, o la genial La Tabla de Flandes con su nefasta versión cinematográfica que protagonizan una, si se me permite la licencia, imberbe Kate Beckingsale y un supuesto gitano de Barcelona que daba más el perfil de surfero californiano).
Por otro lado, en Corsarios de Levante no sé si fue lo de bajar de latitud (transcurre a bordo de las galeras de Nápoles), pero los personajes se alejaron de sí mismos y el regreso del capitán quedó un tanto descafeinado.
Tras semejante lance, natural era mi recelo al enfrentarme a este nuevo capítulo imprevisto, pero debo decir que El Puente de los Asesinos me ha devuelto el "voto a bríos" y, pese a todo el antibelicismo que a gala tengo y a una cierta pátina apátrida que manejo, las ganas de unirme a unos tercios que todo lo perdieron menos la honra al grito de "¡Santiago y puto el último!".
Los personajes vuelven a retratarse como de antología y la trama, una nueva aventura de capa y espada, recupera todo el lustre de estos soldados de la derrota. Íñigo, el narrador de la historia, crece en maneras y en fondo y, por si sirve de referencia, la enésima descripción del episodio de la batalla de Rocroi (los que no saben de qué hablo, ¡a qué esperan para empezar a leer!) me ha puesto como nunca el alma en la gola.
Pérez Reverte trae otra vez al presente un modo de hablar que ya no se recuerda, una riqueza de parla que se perdió hace mucho y se echa en falta desde lo críptico de los mensajes de texto y las sentencias obligadas de 140 caracteres, y lo hace contando lo bueno y lo malo de un antihéroe por derecho propio. No en vano, si esta reseña se parece ya más a una oda es porque el del chapeo calado, espada y vizcaína es uno de mis personajes favoritos. ¿Qué más puedo añadir?  "No queda sino batirnos"

Próximamente en este blog: El nombre del mundo es bosque de Ursula K. LeGuin

Pasen y lean...

1 comentario:

Elsa dijo...

He de confesar que tengo un severo trauma con este autor. Hace muchos años, mee decidí a leer uno de sus libros, pero en un lugar de empezar con una apuesta segura (El club Dumas o La Tabla de Flandes), compré la última novela del momento: La Carta Esférica.

Oh. My. God.

Fue un error que pagué muy caro. Uno de los primeros recuerdos que tengo de querer cortarme las venas con un libro. Un absoluto infierno. Aburrido, monótono, con personajes planos y una trama que acabó por no importarme en absoluto, sepultada bajo interminables descripciones del funcionamiento y apariencia externa de un barco. A reading hell, like I said.

Desde entonces, es nombrarme a Pérez-Reverte y entrarme sudores. Aún así, quizá un día me acerque a sus clásicos y puede que hasta me anime a conocer al Alatriste literario, ya que me entretuvo tanto el cinéfilo.

Quizás...